Durante siglos, las gentes de esta costa, han cultivado los limoneros y viñas en terrazas ganadas centímetro a centímetro a las escarpadas rocas. Estas terrazas sostenidas por muros de piedra se llaman macere y han dado personalidad a esta famosa cornisa de acantilados, que no en vano es Patrimonio de la Humanidad.
El cultivo de estos macere es caro, porque en su mayor parte es manual, desde su mantenimiento, recogida de los frutos y transporte, a hombros, por estas terrazas.
Además, sin cuidados constantes estas terrazas sufren desplazamientos de tierra que hay que afianzar continuamente para que los árboles no se derrumben y arrasen todo en su caída.
Además, sin cuidados constantes estas terrazas sufren desplazamientos de tierra que hay que afianzar continuamente para que los árboles no se derrumben y arrasen todo en su caída.
Este medio rural sobrevive gracias a la pesca y a la agricultura a pequeña escala, una dura forma de vida que se enfrenta a la extinción, y como consecuencia, estos paisajes de terrazas también pueden perderse, con la merma que supondría perder estos jardines colgantes, exuberantes ejemplos de vegetación mediterránea con ancianos olivos, higueras, granados o mirtos.
Si queremos contribuir al sostenimiento de estos cultivos, es nuestra obligación sagrada honrar cada chupito de limoncello que nos ofrezcan y brindar con vino de estas tierras. ¡Salud!
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